La Navidad siempre ha sido una de mis celebraciones favoritas. Junto a Sant Jordi (que además de ser una fiesta preciosa en Catalunya, marca el aniversario de mi llegada a Barcelona, la primavera soleada de 2003), es una de las pocas que elijo celebrar cada año. Esta festividad resuena de manera diferente para cada persona. Puede ser una época de alegría inmensa o de nostalgia, de gran tristeza, de entusiasmo o de emoción, o incluso de estrés. Y, si me apuras, quizás de un poco de todo esto a la vez.
Para mí, la Navidad tiene que ver con mi gente querida, mi familia, mis amigos y amigas y personas cercanas. Es un momento para juntarnos, para estar cerca, para reencontrarnos con las personas que viven lejos. Para poner en compañía las manos en la masa (del pan dulce casero) y brindar por el amor. Es también un recuerdo cálido de cuando la familia era grande y aún todes sus integrantes estaban aquí. Y aunque la Navidad que celebro hoy tiene poco que ver con la de mi infancia — empezando por el hecho de que en el lugar en donde crecí, es verano en diciembre — sigue siendo una festividad que me entibia el corazón.
Por todo esto elijo celebrarla. Pero me gustaría contarte una cosa. Es también una festividad que me genera muchas contradicciones. Y aunque creo que es sano darle espacio a nuestras contradicciones y aprender a vivir con ellas, encuentro también que es un buen ejercicio dedicarles un momento de reflexión. La Navidad me encanta, pero desde una perspectiva ecosocial, hay muchos de sus aspectos que me resultan conflictivos. ¿Cómo encontrar un equilibrio acorde con los desafíos de nuestro tiempo?
De cuando perdimos la Navidad jugando a Monopoly
Esta no es la historia de un día preciso, sino la de una transición. Porque la Navidad, como muchas otras celebraciones, se ha ido transformando con el tiempo en un instrumento de consumo voraz. Y, en muchos casos, innecesario. La máquina implacable que mueve las sociedades occidentales, ha hecho de la Navidad otro de sus momentos obligados para comer, beber, comprar y gastar sin medida. Muchas veces, sin ni siquiera poder pararnos a pensar en el significado de cada acción. Y muchas otras, empujándonos a actuar por compromiso u obligación.
Al deformar conceptos bonitos como el de compartir y el de expresar amor, la narrativa comercial de la Navidad alimenta valores nocivos. Por un lado, fomenta una dinámica de exceso y derroche. Esto, además de tener un impacto directo en el planeta, hace, al mismo tiempo, de puro carburante para la cultura industrial de la que conocemos los vicios (como el extractivismo, la explotación, la violación de derechos humanos). Por el otro, promueve la idea peligrosa de que el amor se expresa a través de lo material. Lo que se traduce en que lo importante es recibir un montón de regalos o que la cantidad es mejor que la calidad. Y, lo que es peor aún, que recibir regalos es más valioso que el momento compartido.
Así, con la misma lógica de «quiero más casitas verdes y más hoteles rojos», perdimos la Navidad jugando a Monopoly. Y aquello que podía ser verdaderamente noble de esta festividad, quedó aplastado bajo una enorme pila de regalos envueltos en papel brillante.
Aprendiendo de la pandemia
Habiendo dicho esto, me gustaría compartir contigo otra cosa. Probablemente como tú, no quiero pasarme toda la Navidad (ni el resto de días del año) sintiendo culpa por los efectos de mi forma de consumo. Eso sí, cada vez intento hacerlo de manera más responsable. Cada compra es un acto político. Pero, al final, hemos de entender que vivimos en una dinámica capitalista, de la cual es muy difícil escapar completamente. Mientras no se produzcan cambios sistémicos en la manera en que nuestras sociedades funcionan y hacen economía, nos será imposible celebrar una Navidad 100% sostenible.
Para intentar encontrar un balance en mis contradicciones, este año he abordado la Navidad de una manera diferente. Por primera vez, me he tomado un momento para reflexionar sobre lo que representan realmente para mí estas fechas. Para pensar en todo lo que me gusta de la Navidad y en todo lo que no, y valorar lo que encuentro conflictivo en sus dinámicas. Para redescubrir lo que es realmente importante para mí y poder celebrarla en sintonía.
Me sorprendí al darme cuenta de que muchas de mis reflexiones estuvieron inspiradas por los aprendizajes que me ha traído este 2020. Porque, extrañamente, este año marcado por la pandemia de Covid-19, también ha traído algunas cosas buenas. Al decir esto no quiero, de ninguna manera, quitarle importancia a la tristeza, la desesperanza, las situaciones extremas y desoladoras que hemos vivido. Solo decir que este año nos ofreció también el espacio para poder repensar y valorar las cosas que importan de verdad. Todas esas cosas que nos faltaron y echamos tanto de menos en tiempos de confinamiento, de restricciones, de duelo. Aquello que entendimos que era lo esencial: el amor, la amistad, la solidaridad, el tiempo compartido, el abrazo de un ser querido. Eso que llamamos las pequeñas cosas de la vida, y que son, en realidad, las grandes.
¿Y si aprovechamos los aprendizajes de este año para hacer que esta Navidad sea sobre las cosas importantes? ¿Si ponemos por delante el amor y el alimento de los lazos afectivos fuertes? ¿Si elegimos promover valores constructivos que puedan ser las bases de un mundo mejor?
Pequeño ejercicio
Te invito a que esta Navidad, si quieres, también tomes un momento para reflexionar sobre lo que representa esta festividad para ti. Que valores si hay cosas que te resultan conflictivas. Y que identifiques lo que es verdaderamente importante. Y si quieres compartirlo aquí abajo o por mensaje, estaré feliz de leerte.
Tips rápidos para darle la vuelta a los regalos de Navidad
- Elabora tus propios regalos.
- Regala experiencias y momentos compartidos.
- Contribuye al comercio justo.
- Fomenta el comercio local y de proximidad.
- Regala lecturas y sensibilización.
Algunas ideas de regalos sostenibles y preciosos
Si quieres hacer un regalo bonito, sostenible y valioso por lo que representa — y aún no has encontrado el qué, esta lista es para ti. Te he preparado una selección de gente maravillosa con proyectos hermosos.
En Barcelona:
La caja regalo de Granja Aventura Park.
Los jerseys reciclados de Iaios.
Las trufas deliciosas de Sita Brown.
Las ilustraciones de Eva Palomar que puedes encontrar en Iorana.
Los calendarios guapísimos de Albert Arrayás.
La joyería hecha a mano de Tess Hill.
La artesanía con conciencia de Ca la Fil.
Una de estas lecturas para leer por el planeta extraordinario del que somos parte.
Mil tomates y una rana de Alex Nogués y Samuel Castaño, editado por A buen paso.
OFF de Xavier Salomó, editado por mis mujeres queridas de Flamboyant.
Monstruos verdaderos amenazan el planeta de Marie G. Rohde, editado por Zahorí Books.
En Río Cuarto:
Los diseños brutales de Plasticar, mi proyecto ecosocial favorito.
Navidad para mi es Jesús.