En las sociedades llamadas occidentales hemos heredado una narrativa cuya violencia ha contribuido a los desequilibrios ecológicos a los que nos enfrentamos hoy1. Los relatos que la conforman cuentan de una especie que se declaró soberana, que dispuso que había una naturaleza a la que no pertenecía y se desvinculó del entramado de vida complejo del que hacía parte; que decretó que su reino llegaba hasta donde lo hicieran sus pies (o sus invenciones) y decidió que podía disponer de todo lo que allí había como le viniera de gusto.
La fuerza de esta narrativa ha permeado en nuestras sociedades, traduciéndose en actitudes y en acciones, en maneras de hacer. Nuestra herencia, que son relatos de dominación, deriva en la cosificación de la naturaleza y engendra la relación extractivista, de explotación sin impunidad que mantenemos con los seres vivos y con los medios naturales. Esta colonización de la naturaleza nos conduce a toda velocidad contra un muro forma de emergencia ecológica, de futuro incierto y desolador, el cual nos exige un cambio urgente de perspectiva.
Es tiempo de revisar el sitio que ocupamos en la complejidad-mundo, de cuestionarnos la relación de dominación y de violencia que ejercemos sobre los ecosistemas, de reinventar e imaginar otras formas de relacionarnos con la alteridad. Es tiempo de concebir, incitar y nutrir narrativas alternativas.
La ficción como herramienta de construcción-mundo
Crear historias, tejer narrativas, tiene el poder de estimular devenires, de transmutar cosmovisiones, de esculpir otras formas de relaciones como si fueran materia viva. La ficción es una herramienta de una fuerza extraordinaria. Aparte de que nos encanta imaginar y contar historias, los seres humanos las usamos para dar sentido al mundo complejo en el que vivimos. En La especie fabuladora, Nancy Huston, novelista y ensayista, explica: «Es así que nosotros, humanos, vemos el mundo: interpretándolo, es decir, inventándolo»2. George Marshall, autor de Don’t even think about it, sostiene que las historias «tienen una función cognitiva: son el medio a través del cual el cerebro emocional da sentido a las informaciones recogidas por el cerebro racional»3. Para Vinciane Despret, filósofa de ciencias, «cada narrativa crea divisiones, invita a la bifurcación, y transmite e induce vitalidad». Con respecto a la potencialidad de las historias, Despret propone:
«Formar matrices narrativas implica asumir que cada historia involucra a otras historias (y que es responsable de estos modos de compromiso) […] No es solo que cada historia cree otras nuevas y se implique en las secuelas que contribuye a producir, sino que, además, cada uno de los relatos creados modifica retroactivamente el alcance de los precedentes, les da fuerza, les ofrece nuevos significados»4.
El entramado narrativo se pone en marcha y alimenta un torbellino de potencialidad. ¡Todo es posible! — también la perspectiva de un mundo mejor, de un accionar dentro de los límites de nuestro planeta, de un panorama fecundo de justicia social. En todo esto, la imaginación juega un papel esencial. Para la gran Úrsula K. Le Guin, «la imaginación es la herramienta singular más útil que posee la humanidad». Rob Hopkins, autor y fundador del movimiento Transition Towns, adhiere a la idea de que la crisis ecológica es también una crisis de la imaginación. En su libro From What Is to What If nos dice:
«Quizás es hora de reconocer que en el corazón de nuestra acción, existe la necesidad, para quienes nos rodean, de ser capaces de imaginar un mundo mejor, de describirlo, de llamarlo con todas nuestras fuerzas. Si podemos imaginarlo, desearlo, soñarlo, es mucho más probable que logremos reunir la energía y la determinación necesarias para su creación»5.
Imaginar nuevas versiones de un mundo posible nos da el impulso para crearlo. Ficcionar narrativas alternativas se convierte así en un acto político extraordinario, capaz de desencadenar y acelerar las transformaciones imprescindibles que ya no podemos eludir.
Esbozando narrativas para mundos posibles
Algunos meses atrás, P. y yo escribimos una tribuna publicada por el periódico Libération, en la que aludimos al fin de una historia. Una que, aunque nos cueste verlo todavía, tiene fecha de caducidad: la historia del capital implacable, del crecimiento económico infinito en un planeta finito, del extractivismo voraz, del consumo descuidado y sin medida — entramado de relatos que se empaparon de la narrativa antropocéntrica que define al «ser humano como un jinete solitario del cosmos»6.
¿Es este nuestro verdadero sitio en la complejidad-mundo? Por primera vez, desde la utopía del crecimiento económico infinito, nos damos cuenta que hacemos parte de un tejido de vida complejo, que compartimos un destino común con todas las especies, que nuestra supervivencia depende de la de ellos. No somos monarcas y nunca lo hemos sido. Acacias, gorriones, narvales, seres humanos, somos todos protagonistas de una misma historia común, multilingüe, ramificada, inaudible a nuestros oídos deshabituados y que, sin embargo, vibra de todas partes7.
Para reencontrar un equilibrio terrestre, necesitamos imaginar una narrativa más fascinante y potente que la anterior. Dar rienda suelta a una matriz narrativa ciclónica que, como en un círculo virtuoso, tome inspiración y promueva relaciones de mutualismo, de simbiosis, de cooperación, nutriendo un tipo de alianza multi-especie sin monarquía ni opresión. El tejido vivo de nuestro planeta es extraordinario y formamos parte de él. ¿Y si volviéramos nuestra atención sensible hacia las demás formas de vida?, ¿si promulgáramos un reencuentro con la biodiversidad? Así, por medio del reconocimiento que florece del encuentro, podríamos devolver a los demás seres vivos el estatuto de «cohabitantes de la Tierra»8 que les hemos negado durante tanto tiempo. Otro mundo es posible, múltiple, plural, vivo.
Está ahí, lo tenemos en frente. No se trata de un cuento bio para contar junto al fuego. Es la historia vibrante de un nuevo estar en el mundo, de un volverse soplo, de una floración salvaje9.
Todo está abierto, todo es posible. ¿Cómo es el mundo en el que te gustaría vivir?
1, 6, 8. Baptiste Morizot, Manières d’être vivant, © Actes Sud 2020.
2. Nancy Huston, La especie fabuladora, © Galaxia Gutenberg 2017.
3. George Marshall, Don’t even think about it, Why Our Brains Are Wired to Ignore Climate Change, © Bloomsbury 2014.
4. Vinciane Despret, Au bonheur des morts, Récits de ceux qui restent, © La Découverte 2017.
5. Rob Hopkins, From What Is to What If, Unleashing the Power of Imagination to Create the Future We Want, © Chelsea Green Publishing 2019.
7, 9. Julieta Cánepa & Pierre Ducrozet, Le Banquet des mille espèces, Libération.
siempre nutricios los artículos.
Gracias!
¡Gracias a ti por tus palabras! Me llena de alegría saber que así lo sientes.