Ese día nos pusimos en marcha temprano. Una luz melocotón tiñe la copa de los árboles, la humedad de la primera hora nos anuncia una etapa de camisas pegadas. Estamos en Sumatra, nos abrimos paso a través de la selva en el Parque Nacional Gunung Leuser. Caminar es a la vez un acto de anclaje y de deambulación: cada paso conecta el cuerpo al territorio, los pensamientos, en cambio, se pliegan, se despliegan, se expanden, se van lejos. Nuestro guía marca el ritmo, un chico sin edad que habla con los animales salvajes.
La selva de Sumatra y de Borneo constituye el último hábitat de los orangutanes, especie amenazada a causa de la fragmentación brutal del ecosistema. En esta región de Asia, la selva tropical está siendo devastada para cultivar campos interminables de palma de aceite. Aquí en Sumatra quedan solo unos 7.500 orangutanes, hoy seguimos la pista de tres de ellos. A diferencia de otros simios, los orangutanes son criaturas solitarias. Los machos viven solos, mientras que las hembras comparten su vida con sus crías, normalmente una a la vez, con quienes se quedan entre seis y siete años. Rastreamos pues individuos.
El terreno se escarpa. Nuestro guía nos cuenta historias de una selva profunda, de dormir al aire libre sin miedo, de un tipo de reconocimiento mutuo entre él y los otros animales. Yo me dejo abrazar por el verde enorme. Subimos un camino tejido de raíces, el ecosistema se despliega ante nosotros. Un hongo en tonos calabaza crece junto a un tronco poblado de termitas. Las lianas se enroscan buscando el sol, dando forma a árboles imposibles. Un macaco cola de cerdo (Macaca nemestrina) come algo pequeño frente a un árbol gigantesco, allí por donde pasa el sendero. ¿Cuántos signos se me escapan?, ¿cuántos comportamientos?, ¿cuántos mensajes? Las historias inaccesibles me llenan de una tristeza milenaria.
Avanzamos. Yo marcho absorta en mis pensamientos, por analogías de la memoria pienso en el bosque en donde crecí. Las botas se nos llenaron de barro, el calor del mediodía transforma nuestros movimientos en una pasta densa. Oímos un ruido delante. Bordeamos un cúmulo de plantas frondosas y nos acercamos de unos pocos metros. Silencio. Subidas a un árbol al margen de una pendiente, una madre orangután y su cría nos observan por entre las hojas. Habíamos encontrado las primeras dos.
Un animal, una clave
Miro sus brazos largos, el pelo divertido, las manos que se mueven como las nuestras. La hembra orangután mastica una capa fina de corteza, se vuelve hacia su cría que ahora ha saltado de una rama a otra, todo está en orden, se gira para mirarme. De ella recuerdo sobre todo sus ojos. Negros, curiosos, afables. Ojos que son como un espejo, que son los míos, que son los nuestros. Una clave a un paralelismo que se dibuja inapelable.
Quizás el pueblo malayo sintió algo similar al encontrarse con estos animales extraordinarios. En su idioma, el nombre orang utan significa «persona del bosque». En esos ojos reposa una historia de pertenencia, de formar parte de un todo. Una historia compartida. La de un sinfín de formas de vida extraordinarias que llevamos la marca de un origen común. Que tenemos todas un antepasado en las primeras formas de vida que surgieron hace millones de años. Que compartimos el misterio de estar vivos.
Nuestro guía nos señala que es tiempo de partir, aún nos queda camino por delante. Nos adentramos hacia el corazón de la vegetación, perdimos el rastro del tercer orangután, subimos el río en busca de un lugar para descansar. Aquella noche nos dejamos arrullar por el rumor de la selva en nuestro campamento improvisado.
Historia del segundo encuentro
Pasaron tres días de nuestra caminata en la selva, el movimiento invisible del mar de Andaman dibuja un horizonte borroso, abro un nuevo libro. El autor, un filósofo y rastreador de lobos, nos cuenta sus aventuras y reflexiones en una antología de artículos que escribió tras haber pasado una temporada de invierno y de montañas nevadas rastreando una manada de lobos, en un intento de restituir el significado de sus comportamientos. «Me refiero a rastrear en un sentido filosóficamente enriquecido, como la sensibilidad y la disponibilidad a los signos de las otras formas de vida». Un nuevo amigo, pensé, y me sumergí en la lectura.
P. y yo decimos que alguien a quien no conocemos personalmente es un amigo o amiga cuando compartimos su punto de vista intensamente, cuando hay lazos fuertes entre su pensamiento y el nuestro, cuando nos une un pliegue de la sensibilidad. Así, por ejemplo, Julio Cortázar es un amigo, Roberto Bolaño es un amigo, Nastassja Martin es una amiga, Albert Camus, Nicolas Bouvier, Vandana Shiva, Sufjan Stevens, David Lynch. [*]
El rastreador de lobos se llama Baptiste Morizot, y el libro, Maneras de estar vivo*. Aquí, este nuevo amigo por absorción desarrolla una idea próxima a una intuición sobre la que P. y yo trabajamos cuando escribimos Je suis au monde**: la crisis ecológica es también una crisis de la sensibilidad.
«Existe una relación discreta pero profunda entre la desaparición contemporánea masiva de los pájaros de campo, documentada por estudios científicos, y la capacidad de un canto de pájaro urbano para tener sentido en un oído humano.»
La sensibilidad en crisis
Morizot nos dice que la crisis ecológica es una crisis de la sensibilidad porque «las relaciones que hemos adquirido el hábito de mantener con los seres vivos son relaciones con la naturaleza». Los seres humanos, como especie autodeclarada reina y señora, nos pusimos de un lado, trazamos una línea bien gruesa y dejamos del otro a todas las demás formas de vida. Establecimos así que de un lado había lo natural y del otro, lo humano. Hicimos de la naturaleza el «decorado» en donde ocurren nuestras aventuras y desventuras. La convertimos en una fuente de recursos a explotar al infinito.
Morizot nos habla también de la pérdida de una cierta sensibilidad a causa de la urbanización masiva, que nos impide el contacto con formas de vida múltiples. «Este arte de leer se ha perdido: “no vemos nada”, y hay un interés en reconstituir caminos de sensibilidad para reaprender a ver. Si no vemos nada en la “naturaleza”, no es solamente por ignorancia de los conocimientos ecológicos, etológicos y evolutivos, sino porque vivimos en una cosmología en la que no habría supuestamente nada que ver, es decir, nada que traducir: ningún sentido que interpretar».
Sus reflexiones me hicieron pensar en el encuentro con los orangutanes. En la alegría que me había supuesto aquel sentimiento de pertenecer, ¿una pincelada de lo que sería borrar la línea bien gruesa? En la tristeza de los códigos que nos son inaccesibles, de todo aquello que ocurre a nuestro alrededor y a lo que no podemos atribuirle un sentido. A lo que hemos perdido la capacidad de darle la atención que merece, que le corresponde.
La atención en el centro de la reflexión
La cuestión de la atención se vuelve entonces crucial. Allí donde demora el foco de la atención, es donde se concentra la respuesta de una sociedad. Allí donde se posa la atención sensible, se dirige la atención política. La atención sensible funciona pues como un catalizador de la atención política. Quizás volviendo nuestra atención hacia las demás formas de vida, podríamos hacerlas entrar en el espacio de la acción política.
¿Y si hubiera aquí una pista válida para orientar las soluciones a la crisis ecológica? ¿En nutrir nuestra atención sensible hacia las demás formas de vida? ¿En restaurar, como Morizot, el sentido de sus signos? ¿En ajustar nuestra mirada sensible para redirigir nuestra conversación política? ¿En descentrar el ser humano para recentrar el debate?***
* Manières d’être vivant, Baptiste Morizot, © Actes Sud 2020.
** Je suis au monde, Julieta Cánepa y Pierre Ducrozet, será publicado por Actes Sud Junior a principios de 2021.
*** Junto a Pierre Ducrozet reflexionamos sobre esto en nuestra tribuna publicada en el periódico Libération → puedes leerla aquí (FR).
[*] Paréntesis feminista → click aquí.
¿Quieres saber más sobre los orangutanes? → click aquí y aquí (EN)
Hermosa descripción. Hermosa reflexión. «Las historias inaccesibles me llenan de una tristeza milenaria».
Me gustó de Pe a Pa. Jajaja. Abrazos…
¡Qué alegría me da! ¡Gracias, Ani, por tus palabras!
Me encantó Julieta!! La idea de que se ha separado lo humano (haciéndolo rey y dueño supremo del mundo) y la naturaleza se ha catalogado como «decorado» me va a hacer reflexionar unos días… Gracias 🙂
¡Gracias a ti, Sara, por tus palabras, y, sobre todo, por seguir alimentando la reflexión desde casa! 💚